Entrevista

Por Hernán Ronsino.
Revista literaria Fledermaus, número 4, noviembre de 2006.

En el libro Taller de animación musical y juegos, planteás la necesidad de interpretar al juego como una obra de arte (detrás de esta idea, sin dudas, tiene que haber un desarrollo de la imaginación y la creatividad). ¿Puede la escuela construir una visión semejante del juego?

En realidad digo que los juegos se interpretan, como las obras musciales o lo sguiones de teatro. Y no hay una sola escuela. Hay montones de escuelas distintas. Entonces no se puede generalizar. Hay muchas escuelas que pueden institucionalizarse sin perder el espíritu (creativo) y otras que sólo son la institución en cuanto a normas. Y de las primeras, sí, trabajan mucho con juegos.

O sea que no se pierde el espíritu, al volverse ese espacio una institución.

No, claro. Y, aún, si no juegan como institución, permiten que los docentes, los profesionales, jueguen. Como institución, permiten la independencia, la autonomía de los docentes.

En general, la escuela clásica argentina no generaba esos espacios.

Bueno, la escuela clásica no, pero no hay todo y no hay solo de la escuela clásica. Lo que te quiero decir es que con mi trabajo yo pateo varias ciudades, me encuentro con varios docentes, y es muy probable que los docentes que se acerquen a mí ya sean como preseleccionados, en el sentido de decir que el que se acerca a cierto trabajo, tiene cierta línea de trabajo a su vez. Entonces hay ya una preselección mutua. Así como, puntualmente, vos elegís venir a hacer un reportaje acá, y hay una elección previa de trabajo. Pero hay muchos más de lo que uno cree. Porque si no estamos siempre hablando como de la escuela, es muy fácil criticar a la escuela, pero hay mucha gente haciendo mucho trabajo. Y aún hay maestros tradicionales, clásicos, que también están repartiéndole la copa de leche a los pibes y conteniendo situaciones sociales muy en el límite, muy en el borde. Entonces, lo que no quiero caer es en la crítica fácil. También, por supuesto, está el docente que hace análisis sintáctico, y lo sigue haciendo.

En tu programa de radio, hablabas hace unos días de un comentario que recibiste de un chico quejándose porque la maestra lo obligaba a hacer el análisis sintáctico de tu novela Frin.

Claro, es un plomo, es muy dañino en cuanto al gusto de la lectura, o sea promueve el odio por la lectura, no el gusto por la lectura.

Y recibís quejas de los chicos.

Sí, quejas, insultos. Que no los merezco yo. Porque yo escribí la novela, no la obligación de analizarla sintácticamente.

Decías antes que hay mucha gente trabajando en zonas marginales. La escuela como el último espacio de contención social.

Yo lo que digo es: ojo, porque la escuela pública, en Argentina, en México, está haciendo un aguante a una situación social que el Estado abandona en muchas otras áreas. Y ahí está la escuela.

El problema es cuando se asocia escuela con comedor. Y se elige como prioridad ser comedor.

Eso que yo sepa, no pasa tanto desde la escuela como pasa desde los papás y desde los chicos. Mandan al chico porque ahí saben que va a comer. O el chico va porque ahí sabe que va a comer.

Y cómo se podría intervenir con la imaginación, o la creatividad en esos espacios marginales.

Vos sabés que lo más difícil, o una de las cosas difíciles de escribir o ser artista es no convertirse en un opinólogo. Yo no soy un especialista en estos temas. Lo que yo puedo hacer con la creatividad y la fantasía lo estoy haciendo ya, haciendo obra. Y después cuando visito escuelas, leo. La otra vez fui a una escuela muy a las afueras de una ciudad del interior. Entonces le digo a los chicos. “Bueno, chicos, disculpen, yo tengo quince minutos”. Y uno salta y dice: “Y yo tengo cinco” (Risas). Entonces le digo, yo voy a cantar dos canciones, si quieren canto una tercera, una cuarta, una quinta. Según lo que los chicos pedían. Pero ese lugar es muy fácil. Porque es el de la visita, una sola vez. El maestro que tiene que estar ahí todos los días, es otra cosa. Lo que vos podes hacer como maestro es mostrarle otros mundos a los chicos. Que sepan que esa realidad, ese pueblo, ese pozo, ese barrio en el que están, no es lo único en el mundo. Y esa vida que ellos ven, en sus compañeros, en sus padres, en sus hermanos, no es la única opción en el mundo. Sea cual sea la realidad. Una de las primeras obligaciones es mostrar que hay distintos modelos y posibilidades de vida que se pueden escoger. Eso lo podés mostrar de varias maneras. Una de las maneras es compartiendo libros con los chicos, libros que te gusten, leyéndoles. Con mucha paciencia. Los chicos no están acostumbrados a leer ni a que les lean. Con mucha paciencia. Y con mucha estrategia.

Ese chico que te dijo que tenía cinco minutos, le estaba haciendo frente, de alguna manera, a cierta figura de maestro.

Quién sabe. Era un barrio muy duro y una realidad muy dura. Y a lo mejor lo que me estaba diciendo es “vos quién te crees, si yo no pedí que vengas”. Bueno. Hay todo roto una cadena de supuestos, que si yo estoy ahí es porque la maestra me invitó… Entonces, hay muchas cadenas rotas de autoridad. Hoy día hay muchas cadenas rotas de autoridad por muchas razones. Una, porque los chicos vieron muchos casos de corrupción de dirigentes políticos y funcionarios, eso rompió muchas reglas. Vieron muchos casos de corrupción o de delitos. La droga está metida en muchos barrios. Se ve mucha plata fácil y rápida. No hay relación entre esfuerzo y lo que obtenés. Otra, es que el avance tecnológico es tan grande que superó a todos los adultos. Entonces, el chico, en la gran mayoría de los casos, sabe de tecnología mucho más que sus padres, que un maestro, que un médico, que un funcionario, que un político de su comunidad. Entonces, todo eso minó y quebró muchas cadenas de autoridad. Entonces, desde qué lugar estás autorizado a hablar o a decir. Y eso es muy difícil de responder. Y más difícil, todavía, si se lo intenta reconstruir desde un lugar de imposición, que no se sostiene en otras razones.

Construir una nueva autoridad, entonces.

Y hay que reconstruir una autoridad que sea válida. Una autoridad es necesaria. ¿Por qué? Yo, si me paro encima de un escenario, en ese momento ejerzo un lugar de autoridad. Así sea el del titular del guión, el del titular del espectáculo. Si yo me corro de ese lugar de autoridad, soy un tonto. Porque estoy haciendo mal mi trabajo de artista. ¿Para qué me puse ahí? No se somete a votación el guión. Pero si no sé oír al público también soy un tonto. Entendés. Entonces, hay que construir un lugar de autoridad, válido. Es muy difícil. Pero esa es una de las tareas necesarias. Un riesgo es – y al final me estoy convirtiendo en un opinólogo –, un riesgo es que los adultos, desde un lugar rígido, se quejan de que los chicos no leen y no ven que el mensaje sea eficaz para el mundo que los chicos perciben como real.

Por ahí los chicos ven que el padre tampoco lee.

Los chicos son grandes detectores de incongruencias. Si vos les caes con un mensaje que no practicás, el pibe te desautoriza completamente. A vos y a lo que estás diciendo.

No crees que se mira a la literatura infantil y juvenil como un género menor dentro del campo literario.

Bueno sí, eso es así. Un complejo que tenemos muchos de los que trabajamos para chicos es que no formamos parte del…

Ah, el escritor también siente eso.

Pero lo sentís, obviamente. Fijate nada más cuánta critica hay dedicada en las revistas literarias. Qué espacio le dedican, la parte de critica, la parte de espectáculos de todo los periódicos a las producciones infantiles o juveniles. Y vas a ver: pocas, pobres o mínimas. Parte de la culpa de eso, la tiene una valoración muy estrecha sobre el quehacer cultural del país, parte de la culpa también la tenemos los que hacemos cosas para chicos.

¿Por qué?

Por la temática que asumimos. O sea, a veces las obras son pueriles. A veces las obras para chicos son pueriles. Yo no me siento el caso. No te quiero decir, “el sistema es malo”. Porque si no, no entendemos nada. Porque si el sistema es malo, estás esperando que sea bueno para que te habilite. No, no. Yo, quiero habilitar mi propia obra.

Abrirse el camino uno mismo, todo el tiempo. Hay un gesto de vanguardia en esa actitud, ¿no?

La misma vanguardia del que tuvo que inventar la penicilina porque se le morían los pacientes. Y no me comparo ni quiero comparar nada de esto con lo otro. O sea, vos no sos vanguardia si un día te sentís tan mal que necesitás escribir sobre eso. No sos vanguardia. Llamalo realidad expresiva, como quieras. Vanguardia parece una palabra un poco de adorno, u ociosa al lado de la urgencia de la necesidad de ser expresivo en torno a algo que te pasa… Suponete: “los chicos no leen”. Pero yo te puedo decir, por lo menos tres o cuatro libros, que vos decís, está difícil que no les guste a los chicos. Me imagino, suponete, entre 10 y 14 años. Hay un libro que se llama Hermano en la tierra, que habla sobre un holocausto nuclear, pero sobre cómo sería la vida realmente, no como la utopía del dar y barajar de nuevo.

Una realidad bien cruda, digamos.

O suponete, Todos los soles mienten, de Esteban Valentino, sobre el enamoramiento de unos adolescentes en un mundo que se va a acabar. O, por ejemplo, Campos de fresas (Jordi Sierra i Fabra), sobre una chica que se va a bailar una noche, nunca había tomado nada, le hinchan, le hinchan, el asunto es que se toma una pastilla de ácido, era de mala calidad y entra en coma. Y la socorre una piba amiga que es anoréxica. Son temas que vos decís, al menos decís, ¿cómo, cómo sigue eso…? O, Por qué a mí, un relato autobiográfico de una chica brasilera. Tiene su primera relación sexual con un flaco que tenía SIDA y no le avisó. Primera relación sexual.

Y eso orientado a un público adolescente.

Exactamente. Vos les decís, chicos vamos a leer esto. Son temas muy actuales de los pibes.

Negarlo es ridículo.

Ni hablar. Negarlo es como decir: “Papá hay un señor con un revolver y dice que le dé el dinero. Y el papá dice: no hablemos de robo, hablemos de cosas positivas”. El papá se enloqueció. (Risas). Ves, por eso yo hago mucho hincapié en la diferencia entre ética y estrategia. Una cosa es hablar sobre valores a los cuales podemos aspirar y sobre una realidad ideal a la cual podemos aspirar. Se habla poco de ser eficaces. La eficacia en el buen sentido. La eficacia entendida como hacer un buen diagnóstico, elaborar un pronóstico, elaborar una estrategia para el diagnóstico que se hizo. O sea, si uno cae y dice: “Los chicos tendrían que leer más”. Eso no es un diagnóstico. Eso es…

Es un dedo levantado.

Un dedo levantado, propositivamente. Que dice, “a mí me parece”. Pero no tiene idea. No ayuda. Vos vas con un ataque de asma a una guardia. Y te dicen: “el problema es que usted no sabe respirar”. “Fuma demasiado”. O peor, “la juventud de hoy fuma demasiado” (Risas) Es un problema de diagnóstico y de saber intervenir. Un ejemplo, no importa en qué país. El Estado nombra un jurado, hace una lista para comprar libros, que van a ir a varios miles de aulas. Se armó un escándalo, tremendo. Tremendo. Que intervinieron hasta escritores famosos. Porque no estaba escogido El Quijote. Yo digo, El Quijote es un libro al que se llega no del cual se comienza. Te aleja de la lectura, porque está escrito en un lenguaje muy lejano. Es un libro al que se llega. Y al que se llega, claro, para que te conmueva, para que te enseñe sobre la vida, para un montón de cosas, pero no es un libro para empezar. Entonces, toda esa gente, señorones, que opinaban, en principio creo que son muy torpes estratégicamente, y profundamente desconocedores de la realidad de los chicos, de la lectura y de lo que se escribe. Es decir, no conocen un catálogo de literatura infantil y juvenil de editorial. No lo conocen. Entonces caemos con el dedo levantado del: “chicos tendrían que leer El Quijote”. El Quijote no es vitamina C. O sea, hay un mal diagnóstico, hay una mala intervención. Y a todo se lo confunde con un precepto ético.

© Luis Pescetti