Boletí­n nº 12

Hace un par de días enviamos el boletín. Aquí lo reproducimos para quienes no lo reciben

Salpicadero

Los niños me preguntaron qué hace falta para ser escritor. Es un tema tan largo que daría para todo un libro. Pero para llenar el libro habría que saber escribir… y volvemos al comienzo. No sé si es suficiente con "querer" hacerlo. Más bien hay que "necesitar". Escribir tiene que ser necesario, sino uno abandona al primer inconveniente. Uno necesita escribir porque tiene cosas para contar. A veces eso que se quiere contar ya está en nuestra cabeza. Lo vimos, nos lo contaron o se nos ocurrió, y deseamos contarlo. Otras veces está, pero escondido, y debemos escribir para encontrar eso que necesitábamos contar. Escribir puede ser una manera de escarbar lo que traemos adentro. El principal talento de un escritor es que necesita escribir. Casi todo lo demás se aprende.

——————————————————————————–

Estos días voy a varias escuelas de Madrid. Los niños son de 1ero a 4to grado. Escuelas públicas y privadas. En todos los casos fueron encantadores, alegres, y fue un verdadero descanso compartir con ellos. Los adultos me cuentan que cada vez se lee menos. Que los libros aburren a los niños, que buscan satisfacciones inmediatas. Bueno y pronto. Si no: se aburren y pasan a otra cosa. Unos le echan la culpa a los maestros, que no tienen tiempo o no quieren leer libros nuevos. Otros a que no se lee en la casa. Otros a la cultura del entretenimiento: si podés comprar el juego y ver la película, ¿para qué vas a querer el libro? Algunos ven mucha tele y otros chatean. También chatean mientras ven tele. ¿Por qué irían a los libros?

——————————————————————————–

En el Centro Cultural Conde Duque está el libro del Quijote escrito en un mural como una pared enorme. En letras que empiezan grandes y se hacen pequeñas, cupo todo. Sentí el mismo impacto que me produjo estar frente a una catarata, o una roca gigante, una cueva. Era más grande que humano, parecía hecho por la naturaleza. Un meteorito: caído de la cabeza de Cervantes y de tan lejos en el tiempo, se estrelló en ese patio.

 ——————————————————————————–

Se me ocurrió una idea que ronda en torno a un robo. Hay un punto en el que no sé cómo seguir. Se las conté a cada grado con el que estuve. Ni siquiera alcanzaba a terminar que todos tenían propuestas sobre cómo resolver ese punto. Levantaban las manos presurosos. En voz alta exploraba qué sucedía si seguía un camino u otro. – ¡Los descubre un espía! – Pero, ¿qué hacía ese espía ahí? – Y, ¡estaba espiando! (como quien dice obbbvio) – Pero, ¿quien le pagaba? ¿Quién lo mandó? Trataba de mostrarles que una idea no sirve si sólo aparece para solucionarnos un problema pero no tiene ninguna justificación. Es decir: para explicar algo necesitamos hacerlo con otra cosa que también se explique.

 ——————————————————————————–

Hay varios edificios del centro que tienen papeles enormes con anotaciones muy cotidianas: "Llamar a Saúl". "Comprar leche" (invento los textos pues no los recuerdo). Forman parte de una obra plástica: anotaciones cotidianas puestas en espacios públicos, y de tamaño grande también. Pienso: ¿qué otra cosa grande podríamos hacer? (al final es el mismo procedimiento que para lo del Quijote). Un tenedor. No uno lujoso. Uno de lata. Y luego un plato, vacío. Algo que representara lo contrario de la abundancia. Pero nadie quiere acordarse de la carestía cuando está en la abundancia. Eso ocurre en otra parte, aquí: donamos. Si acaso, donamos. Se me ocurre que para homenajear a Cervantes habría que publicar libros de presos políticos.

 ——————————————————————————–

Pienso: si los niños oyen historias si se las leemos, y se entusiasman tanto para completar una historia, al punto de que levantan las manos, les urge, les urge participar, ¿está bien planteado afirmar qué se lee menos? Se me ocurre que parte del problema debe ser que no saben estar solos. Y no saben porque no sabemos estar solos. Quizás no les enseñamos a los niños a estar solos. Hay que acompañarlos a que aprendan a acompañarse a sí mismos en la soledad. ¿Cómo? Compartiendo con ellos. No se me ocurre otra manera: leyéndoles, contándoles. Escribí una canción (Diálogo entre padres e hijos) sobre un tema que me resultaba muy gracioso: el esfuerzo de los adultos por "extraer" conversación de los niños, que no pasan de respuestas monosilábicas (sí, no, bueno, no sé). ¿Cómo se hace para que cuenten más? Sólo se me ocurre que haciendo preguntas no. Ni siquiera mejores preguntas. Se me ocurre que contándoles de nosotros. No necesita ser un gran relato, trascendente. Contarles qué hicimos durante el día, o durante esa semana. No está prohibido preguntar, sólo si nosotros contamos antes. A narrar la propia vida también se aprende. No es algo dado, que ya viene con nosotros.

 ——————————————————————————–

Hoy fui a una escuela de Getafe, en las afueras de Madrid. Niños de 1º y 2do grado. Les conté que a El pulpo está crudo, tardé un año en escribirlo. "¡Jo!" (exclamaron, que es un apócope de "joder", vale decir: "¡A la marosca!" "¡No manches!"). Que a Natacha había tardado unos seis meses. "¡Jo!". Que a Frin: siete meses en escribirlo y otros tres o cuatro meses en corregirlo. Pero que Lejos de Frin me había llevado cuatro años escribirlo. El ¡Jó! fue aún más largo, y se miraban entre ellos. Pero uno no se pasa todo ese tiempo sentado en la computadora. ¿Cómo les explico que uno no se pasa todo ese tiempo escribiendo? A ver, vení vos, vos y vos. Hice pasar a una niña y dos niños. Volví a mi idea del robo: – Ustedes son tres niños buenos, y son amigos. Y yo voy a ser un niño malo que les vengo a proponer algo. – Vale. – … (me alejé y regresé). Hola, chicos, se me ocurrió una idea ¿vamos a robarle algo a la maestra? – ¡…! (caras de sorpresa). No, eso no se hace (respondió uno). – ¿Por qué? Si lo hacemos es que se puede hacer (yo). – No… pero está mal, te pueden pillar. – No, porque lo hacemos bien y no nos pillan. – ¡…! ¡Sí que te pillan! ¡Y te van a castigar! Mejor vamos a comprar eso que quieres robar. – Pero no tenemos dinero, si lo robamos es más fácil. – ¡…! Y se quedaban mirándose entre los tres con cara de ¿Y a éste? ¿Qué le decimos? No sabían cómo argumentar. Entonces fui sobre ellos, los abracé y los regresé a sus lugares. Si ellos me hubieran dicho: – Eso está mal. Y yo hubiera respondido: – Tienen razón, no lo haremos. Ustedes no nos habrían creído, porque las cosas no suceden así. Eso pasa en la cabeza de un escritor, les expliqué, lo que le ocurrió a ellos. No estás todo el día, todos los días escribiendo. A veces hay una situación y demoras en responderla.

 ——————————————————————————–

Escribir justifica mi día. Luis Pescetti

© Luis Pescetti