En este viaje todo empezó con el final de una entrevista de radio. Para cerrar, el periodista me pidió que evocara un ruido, uno que fuera significativo para mí. Mientras me explicaba, por los auriculares escuchábamos un música emotiva y, un poco entremezclada, la voz de Julio Cortázar en esa grabación tan conocida. No terminó la explicación que yo sabía cuál contaría. Expliqué: desde los 11 a los 17 años fui cadete, primero en una librería, luego en el hospital del pueblo, y finalmente para dos hermanos que arreglaban electrodomésticos. En el hospital fueron casi cinco años y una de las tareas consistía en ir a buscar leche a la cremería. Yo tenía una bicicleta de reparto, de gomas anchas, y el último tramo del camino era de tierra, en invierno con escarcha. El ruido que recordé era el de la rueda en el camino de tierra, un sonido contínuo, “rrrrrrrr….”, porque la goma tenía unos cuadrados pequeños. Y así vino el recuerdo de todas las mañanas de mi adolescencia, desde los 13 a los 17 años, yendo a buscar leche, silbando y oyendo mi propio silbido o el ruido de la rueda en la tierra, envuelto en pensamientos que, en su mayoría, eran sobre lo que me gustaría hacer, lo que quería ser, proyectos y proyectos. La mente, lanzada, apoyando el pie en el futuro.
© Luis Pescetti