El escritor y músico santafesino dialogó con La Capital sobre su último libro, “Botiquín emocional para humanos y superhéroes”. Por Paula Busnadiego, para LA CAPITAL (Rosario, AR), click acá, nota en el diario
“El tema de las emociones en la escuela es que el maestro tiene que estar con la oreja atenta y saber hasta donde intervenir o dejar correr”, dice Pescetti.
Las emociones también deben ser pensadas en clave de derechos. Así lo entiende el músico y escritor santafesino Luis Pescetti. “El derecho a sentir. A guardarte eso que sentís, y a tener alguien de confianza para contarle. A ser consciente de lo que sentís (con palabras o sin ellas), a no tener una respuesta, a no sentir lo mismo que todos, a tener sentimientos encontrados, a estar en crisis”, son algunas de las expresiones que pueden leerse en Botiquín emocional para humanos y superhéroes. Se trata del nuevo libro de Pescetti publicado por Editorial Loqueleo, que el artista nacido en San Jorge iba a presentar este viernes 9 de septiembre a las 18 en la Feria Internacional del Libro de Rosario (la presentación finalmente se canceló).
En esta oportunidad, el creador de la serie Natacha y de más de treinta novelas y relatos para niños y adultos, recorre los territorios cotidianos de la niñez, retrata la complejidad de sus universos emocionales y busca llevar alivio a chicos y chicas frente a sus sentires.
Contrariamente a lo que sería un catálogo de emociones, Botiquín emocional para humanos y superhéroes se presenta como un relato que bucea graciosamente en los tsunamis internos que atraviesan a chicos y grandes, sin perder de vista el respeto ineludible por la emocionalidad de los niños y las niñas como sujetos de derecho. En un diálogo con La Capital previo a su visita a Rosario, Pescetti cuenta sobre las intenciones de su nueva obra y avanza en la reflexión sobre el impacto de los sentires de la infancia en el territorio escolar. También se pronuncia sobre lo que acontece en el plano social y educativo a la hora de evaluar el vínculo de los estudiantes con la lectura y su encuentro con ella.
—Llegás a Rosario a presentar un nuevo libro que recorre las complejidades de las emociones de chicos y chicas en sus espacios cotidianos. ¿Qué mirada tenés sobre el lugar que se le otorga a las emociones en la escuela?
—Muchas de las anécdotas del libro son reales, de familias que me las contaron o personales y de situaciones de escuela. La escuela siempre le dio un lugar a las emociones, al menos la escuela argentina. Ahora hace unos años se puso de moda hablar de emociones, tipo “menú de emociones”, entonces si hoy estás enojado “andá y ponete algo rojo”. El problema con las emociones no es que no sepamos cuáles son, porque sabemos que nos van a acompañar toda la vida y no podemos gobernarlas, es como un consorcio. No es que no sabés cómo es la del 5º C, sino que no sabés cómo manejarte con ella. El tema de las emociones en la escuela es que el maestro tiene que estar con la oreja atenta y saber hasta donde intervenir o dejar correr o derivar. Desde que los chicos se pelean en el patio o hay un nene llorando en el salón, el tema de las emociones está presente en la escuela. Y después cada uno con más arte o más alpargata lo enfrenta. En medicina tienen comités de bioética pero en pedagogía no, y son muy necesarios, porque finalmente vos tenés cuatro patas: el Estado, el profesional, la familia y el paciente o alumno. Entonces la pregunta es cuáles son los límites y hasta dónde uno puede pisarle los cordones al otro. Hasta dónde puede intervenir el Estado en esa intimidad familiar, o si tiene que intervenir para garantizar un piso de respeto por el sujeto de derecho que es el niño. Es un tema que dejándolo a la criolla, deja al chico más expuesto que si le das un marco más profesional. Claro, vos me dirás que no alcanza el presupuesto de la escuela para comprar cueritos para las canillas, y yo lo que digo es que no le enchufen a los maestros otra mochila, como si todos fuéramos profesionales formados en todos los temas.
—Además habría que considerar que los profesionales de la educación también tienen sus propias emociones complejas.
—Como si fueran humanos (risas). Ayer en una charla daba un ejemplo: esto es como los aviones y la neblina, no se trata solo de que el aeropuerto tenga radar, el avión tiene que tener un equipo y el capitán tiene que estar certificado para aterrizar en esas condiciones, sino no se puede, entonces hay que contemplar varias cosas. Todo suena a que estoy poniendo frenos y frenos, y no es la idea, lo que quiero poner es racionalidad y encuadre para que esto no ocurra a la criolla, por eso el libro lo que plantea con humor es una manera de decir “hasta ahí nos podemos meter”. Si está pasando algo que desborda es un emergente, puedo frenar un conflicto, pero no salgo de asistente social para cada cosa porque ese no es mi rol, no es el encuadre, no es el momento.
—En el libro hablás del derecho sobre las emociones y hacés hincapié no solo en el derecho a sentir, pedir ayuda y ser acompañado, sino también a que no me pongan etiquetas y no invadan mi propia intimidad.
—Exactamente, a contar, pero también a no contar lo que sentís que te va a dejar vulnerable frente al grupo.
—¿Cómo ves la situación de la infancia respecto al acceso a este derecho?
—El chico es alguien que va construyendo su interioridad y va nombrando de a poco lo que le pasa. Cuando encuentra palabras para contarlo es un alivio, porque a veces nunca se encuentran palabras. A veces hay alguna manera de ser consciente de lo que pasa aunque sea sin palabras y eso también es un alivio, pero cuando eso no se consigue tenés pataleos y berrinches, como le sucede a cualquier adulto cuando se pone chinchudo. La emocionalidad de los chicos está muy sujeta a que su vida está en manos de otros, y eso siempre la deja más a flor de piel.
La lectura y las pruebas estandarizadas
—Hace poco te pronunciaste en un video en tus redes sociales sobre los resultados de las pruebas estandarizadas que alertan sobre la no comprensión de textos por parte de los chicos.
—Sí, y sobre los medios que hacen chanchada con la información.
—En general, a la hora de comunicar este tema, lo habitual es poner el foco en los errores que cometen docentes y alumnos (los chicos que no tienen comprensión lectora, o los docente no hace bien su trabajo). ¿Porqué creés que nunca se cuestiona la metodología que se utiliza para evaluar?
—Yo justamente hice ese cuestionamiento, porque no solo se trata de pruebas estandarizadas sino también cuantitativas. Y el error de esas pruebas es partir del supuesto de que la comprensión lectora es igual a la formulación de lo que comprendés, de que vas a comprender igual un texto que vos elegiste que uno que te cae de arriba. En una charla que di en la Bilblioteca Nacional del Maestro, los docentes me decían que algunos pibes saben que esas pruebas no los califican y que por eso la firman y la mandan en blanco. Si bien los maestros están acostumbrados a las intervenciones externas y acomodan su trabajo, la verdad es que ya están muy cascoteados. A mi el tema me calienta mucho, mas allá de la metodología que se utiliza en esas pruebas, el tema es preguntarse cuál es el móvil para hacer una prueba así. Siempre van a decir “necesitamos tener una panorámica y una comparativa entre países”, y vos decís: si en cada aula hay un maestro, cada maestro tiene un directivo y cada uno de ellos tienen inspectores y todos se reportan ¿Necesitás saltearte todo eso y hacer un análisis cuantitativo?, ¿el reporte que puede hacer un maestro de su propio grado te lo salteás porque estás vigilando la tarea del maestro? No termino de entender el por qué se hacen estas pruebas que funcionan como una auditoría sobre el trabajo docente y en algún punto ofenden. Y después con toda esa información se hacen desastres, porque con muchísimo desconocimiento del campo, resulta mas fácil la crítica con un micrófono enfrente.
—Estos resultados numéricos que se comunican dan lugar a que se afirme en forma contundente que los chicos no leen. ¿Cómo ves esto?
—Es como decir “los chicos no leen, el campo no produce y el país se va al diablo”. No se pueden atajar todas las pavadas que se dicen, quién lo dice, sobre quién lo dice, con qué información lo dice. Los informes realmente dicen que lo chicos leen más que antes, el tema es que la lectura compite contra el entretenimiento y el tiempo libre. Por ejemplo, consideremos a un chico que va a la secundaria y arranca a las 7.30 de la mañana y sale a las cinco de la tarde, de lunes a viernes. Dicen que ese chico no lee, ¿y cuándo querés que lea?, ¿es necesario que la escuela empiece a las 7.30 de la mañana? Si todos los estudios sobre el sueño y la adolescencia dicen otra cosa. Creo que la escuela tiene aún todos los vicios de las campañas evangelizadoras que dice “te toca aprender esto”. Hoy los chicos son productores de contenidos, y esos chicos te miran con mucha paciencia y aburrimiento.
—¿Qué claves puede aportar a los docentes y a las familias para promover en los chicos la lectura?
—Muchos padres son susceptibles de culpa de pensar que no están haciendo lo mejor que podrían con sus hijos. Siempre es fácil caer como el arcángel Gabriel y decir “hay que hacer tal cosa”. Básicamente, si mi hijo me ve con una lata de cerveza frente a la tele y le digo “por qué no vas a trotar un poco y hacés ejercicio” eso no funciona. En cambio, sin decirle nada, si mi hijo me ve llevándome un libro en un rato de descanso a la noche, probablemente le llegue otro mensaje. Entonces, les digo a los maestros y a los padres, uno tiene que tener más biblioteca en su cabeza, los maestros tienen que tener más libros en la cabeza de los que ofrecen. Es como el almacén del barrio, si tiene menos cosas que tu alacena es una porquería.
—¿Se puede promover la lectura sin ser lector?
—Eso no lo sé. Creo que había casas en que sí, gente que no tuvo acceso a la lectura, que le costó. Pienso en mi abuela que aprendió a leer ella sola para poder entender los diarios y yo la veía leer los diarios todos los días. Mi abuela nunca me promovió la lectura, pero yo veía eso.
—En aquel video también dijiste que “es fabuloso para un niño descubrir que una vida como la suya es susceptible de ser narrada”. ¿Ofrecer historias cercanas es otra clave?
—Creo que eso ya sucede sin dudas. Hoy los maestros ofrecen lecturas más cercanas a los chicos.
—Te pido un último consejo para padres y docentes.
—Por supuesto. Señor padre, señora madre y docentes: busquen en una librería el libro Como una novela, de Daniel Pennac. Es un maestro francés que escribió esta obra increíble sobre la lectura. Si lo puede comprar hágalo, si no lo puede comprar, dé vuelta el libro y en la contraportada va a ver una lista que se llama “los derechos del lector”, es maravilloso. Si sos maestro, casi te diría que es obligatorio leerlo. También aporto mi sitio web Un niño una voz, donde ofrezco mucho material útil para padres y docentes.
© Luis Pescetti